Estoy en el rincуn de una cantina 


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Estoy en el rincуn de una cantina



Llevaban casi una hora revolviendo ropa. Era la quinta tienda en la que entraban aquella maсana. El sol iluminaba la calle Larios al otro lado del escaparate: terrazas con mesas, automуviles, paseantes con vestimenta ligera. Mбlaga en invierno hoy toca exploraciуn operativa, habнa dicho Pati. Estoy harta de dejarte cosas mнas, o de que te vistas como una asistenta; asн que lнmpiate la grasa de las uсas y arrйglate un poco, que nos vamos. De caza. A sacarle un poco mбs de brillo a tu nivel social. їTe fнas o no te fнas? Y allн estaban. Desayunaron una primera vez antes de salir de Marbella, y otra en la terraza del cafй Central, viendo pasar a la gente. Ahora se dedicaban a gastar dinero. Demasiado, a juicio de Teresa. Los precios eran estremecedores. Y quй pasa, era la respuesta. Tъ lo tienes y yo lo tengo. Ademбs, puedes considerarlo una inversiуn. Con rentabilidad calculada, que eso te va mucho. Ya llenarбs el calcetнn otro dнa, con tus lanchas y tu logнstica y todo ese parque acuбtico que estбs organizando, Mejicana. Que no todo en la vida son motores fuera borda y hйlices levуgiras, o como se llamen. Ya es hora de que te pongas a tono con la vida que llevas. O que vas a llevar.

—їQuй te parece esto? —Pati se movнa con desenvoltura por la tienda, sacando ropa de los colgadores y dejando la que descartaba en manos de una dependienta que las seguнa, solнcita—... El traje de chaqueta con pantalуn nunca pasa de moda. Y a los tнos los impresiona, sobre todo en tu, en mi, en nuestro ambiente —le ponнa delante a Teresa la ropa con las perchas, acercбndosela al cuerpo para comprobar el efecto—... Los vaqueros estбn muy bien, no tienes por quй dejarlos. Pero combнnalos con chaquetas oscuras. Azul marino son perfectas.

Teresa tenнa otras cosas en la cabeza, mбs complejas que el color de una chaqueta para llevar con los tejanos. Demasiada gente y demasiados intereses. Horas reflexionando ante un cuaderno lleno de cifras, nombres, lugares. Largas conversaciones con desconocidos a quienes escuchaba atenta y cauta, procurando adivinar, dispuesta a aprender de todo y de todos. Muchas cosas dependнan ahora de ella, y se preguntaba si de veras estaba preparada para asumir responsabilidades que antes ni le pasaban por el pensamiento. Pati sabнa todo eso, pero no le importaba, o no parecнa importarle. Cada cosa a su tiempo, decнa. Hoy toca ropa. Hoy toca descansar. Hoy toca salir de marcha. Ademбs, llevar el negocio es mбs bien asunto tuyo. Tъ eres la gerente, y yo miro.

—їVes?... Con vaqueros, lo que mejor te sienta es calzado bajo, tipo mocasнn, y esos bolsos: Ubrique, Valverde del Camino. Los bolsos artesanos andaluces te van bien. Para diario.

Habнa tres bolsos de aquellos en los paquetes que llenaban ya el maletero del coche aparcado en el estacionamiento subterrбneo de la plaza de la Marina. De hoy yo pasa, insistнa Pati. Ni un dнa mбs sin que llenes un armario con lo que necesitas. Y vas a hacerme caso. Yo mando y tъ obedeces. їVale?... Ademбs, vestir es menos cuestiуn de moda que de sentido comъn. Vete haciendo a idea: poco pero bueno es mejor que mucho y malo. El truco es hacerse un fondo de armario. Y luego, partiendo de ahн, ampliar. їMe sigues?

Pocas veces estaba tan locuaz, la Teniente O'Farrell. Teresa la seguнa, en efecto, interesada por aquella nueva forma de ver la ropa y de verse a sн misma. Hasta entonces, vestir de un modo u otro respondнa a dos objetivos claros: gustar a los hombres —a sus hombres— o ir cуmoda. La indumentaria como herramienta de trabajo, segъn habнa dicho Pati arrancбndole una carcajada, constituнa una novedad. Vestirse no era sуlo comodidad o seducciуn. Ni siquiera elegancia, o status, sino sutilezas dentro del status. їSigues siguiйndome?... La ropa puede ser estado de бnimo, carбcter, poder. Una viste como lo que es o como lo que quiere ser, y justo en eso estб la diferencia. Las cosas se aprenden, claro. Como los modales, comer y conversar. Se adquieren cuando eres inteligente y sabes mirar. Y tъ sabes, Mejicana. No he visto a nadie que mire como tъ. Perra india. Como si leyeras libros en la gente. Los libros ya los conoces, y es hora de que tambiйn conozcas el resto. їPor quй? Porque eres mi socia y eres mi amiga. Porque vamos a pasar mucho tiempo juntas, espero, y a hacer grandes cosas. Y porque ya va siendo hora de que cambiemos de conversaciуn.

—En cuanto a vestirte de verdad —salнan del probador, despuйs de que Teresa se viera en el espejo con un suйter de cachemira de cuello vuelto— nadie dice que vistas aburrido. Lo que pasa es que para llevar ciertas cosas hay que saber moverse. Y estar. No vale todo para todas. Esto, por ejemplo. Versace ni se te ocurra. Con ropa de Versace, parecerнas una puta.

—Pues bien que tъ la usas, a veces.

Pati se riу. Tenнa entre los dedos un Marlboro pese al cartel de prohibido fumar y a las miradas censoras de la dependienta. Una mano en un bolsillo de la chaqueta de punto, sobre la falda gris oscura. El cigarrillo en la otra. En seguida lo apago, querida, habнa dicho al encender el primero. Era el tercero que fumaba allн.

—Yo tuve otro adiestramiento, Mejicana. Sй cuбndo debo parecer una puta y cuбndo no. En cuanto a ti, recuerda que a la gente con la que tratamos les impresionan las damas con clase. Las seсoras.

—No mames. Yo no soy una seсora.

—Quй sabrбs tъ. Lo de ser, y lo de parecer, y lo de llegar a ser o no ser nunca nada, todo eso tiene matices muy delicados. Mira, echa un vistazo... Una seсora, te digo. Yves Saint-Laurent, cosas de Chanel y Armani para los momentos serios; las locuras como esto de Galiano dйjaselas a otras... O para mбs tarde.

Teresa miraba alrededor. No le importaba mostrar su ignorancia, ni que la dependienta oyera la conversaciуn. Era Pati la que hablaba en voz baja.

—No siempre sй lo que es adecuado... Combinar es difнcil.

—Pues atente a una regla que no falla: mitad y mitad. Si de cintura para abajo vas provocativa o sexy, de cintura para arriba debes ir discreta. Y viceversa.

Salieron con las bolsas y caminaron calle Larios arriba. Pati la hacнa detenerse frente a cada escaparate. —Para diario y sport —prosiguiу—, lo ideal es que uses ropa de transiciуn; y si te basas en una firma, procura que tenga un poco de todo —seсalaba un traje de chaqueta oscuro y ligero, de cuello redondo que a Teresa le pareciу muy bonito—. Como Calvin Klein, por ejemplo. їVes?... Lo mismo un jersey o una cazadora de cuero que un vestido para cenar.

Entraron en aquella tienda. Era un comercio muy elegante, y las empleadas vestнan uniformadas con faldas cortas y medias negras. Parecнan ejecutivas de pelнcula gringa, pensу Teresa. Todas altas y guapas, muy maquilladas, con aspecto de modelos o azafatas. Amabilнsimas. Nunca me habrнan dado trabajo aquн, concluyу. Chale. La pinche lana.

—Lo ideal —dijo Pati— es venir a tiendas como йsta, que tienen ropa buena y de varias firmas. Frecuentarla y adquirir confianza. La relaciуn con las dependientas es importante: te conocen, saben lo que te gusta y lo que te va. Te dicen ha llegado esto. Te miman.

Habнa complementos en la planta alta: piel italiana y espaсola. Cinturones. Bolsos. Zapatos maravillosos de hermosos diseсos. Aquello, pensу Teresa, era mejor que el Sercha's de Culiacбn, donde las esposas y las morras de los narcos acudнan cotorreando como locas, con sus joyas, sus melenas teсidas y sus fajos de dуlares dos veces al aсo, al tйrmino de cada cosecha en la sierra. Ella misma compraba allн, cuando el Gьero Dбvila, cosas que ahora la hacнan sentirse insegura. Quizб porque no era cierto que fuese ella misma: habнa viajado lejos y era otra la que se encontraba en aquellos espejos de tiendas caras, de otro tiempo y de otro mundo. Requetelejos. Y los zapatos son fundamentales, opinу en йsas Pati. Mбs que los bolsos. Recuerda que, por muy vestida que vayas, unos malos zapatos te hunden en la miseria. A los hombres se les perdonan, incluso, esas cochinadas sin calcetines que puso de moda julio Iglesias. En nuestro caso todo es mбs dramбtico. Mбs irreparable.

Luego anduvieron de perfumes y maquillajes, oliendo y probбndolo todo sobre la piel de Teresa antes de irse a comer carabineros y conchas finas al Tintero, en la playa de El Palo. Las latinoamericanas, sostenнa Pati, tenйis querencia por los perfumes fuertes. Asн que intenta suavizarlos. Y el maquillaje, igual. Cuando una es joven, el maquillaje envejece; y cuando se es vieja, envejece mucho mбs... Tъ tienes ojos negros grandes y bonitos, y cuando te peinas con raya en medio y el pelo tirante, a lo mejicana, estбs perfecta.

Lo decнa mirбndola a los ojos, sin desviar la vista un segundo, mientras los camareros pasaban entre las mesas puestas al sol con huevas a la plancha, platos de sardinas, chopitos, patatas con alioli. No habнa en su tono superioridad ni desprecio. Era como cuando, reciйn llegada a El Puerto de Santa Marнa, la habнa puesto al corriente de las costumbres locales. Esto y lo otro. Pero ahora Teresa advertнa algo distinto: un apunte irуnico en un rincуn de su boca, en los pliegues que se le agolpaban en torno a los pбrpados al entrecerrarlos en la sonrisa. Sabes lo que me pregunto, pensaba Teresa. Casi puedes oнrlo. Por quй yo, si aquн afuera no te doy lo que de veras querrнas tener. Sуlo escucho, y estoy. Me dejй engaсar con lo del dinero, Teniente O'Farrell. No era eso lo que buscabas. Lo mнo es simple: soy leal porque te debo mucho y porque debo serlo. Porque son las reglas del extraсo juego que llevamos las dos. Sencillo. Pero tъ no eres de йsas. Tъ puedes mentir y traicionar y olvidar si es necesario. La cuestiуn es por quй a mн no. O por quй no, todavнa.

—La ropa —prosiguiу Pati, sin cambiar de expresiуn— debe adaptarse a cada momento. Siempre choca si estбs comiendo y llega alguien con chal, o cenando y con minifalda. Eso sуlo demuestra falta de criterio, o de educaciуn: no saben lo adecuado, asн que se ponen lo que parece mбs elegante o mбs caro. Es lo que delata a la advenediza.

Y es inteligente, se dijo Teresa. Lo es mucho mбs que yo, y tengo que plantearme por quй entonces las cosas son como son, en su caso. Lo ha tenido todo. Incluso tuvo un sueсo. Pero eso fue cuando estaba tras unas rejas: la mantenнa viva. Serнa bueno averiguar quй la mantiene ahora. Aparte de tomar como toma, y esas noviecitas que se echa a veces, y ponerse hasta la madre de pericazos, y contarme todo lo que vamos a hacer cuando seamos requetemillonarias. Me pregunto. Y mejor no sigo preguntбndome demasiado.

—Yo soy una advenediza —dijo.

Sonу casi a interrogaciуn. Nunca habнa utilizado esa palabra, ni la habнa oнdo ni leнdo en los libros; pero intuнa su sentido. La otra se echу a reнr.

—Ja. Claro que lo eres. En cierto modo, sн. Pero no hace falta que todos lo sepan. Ya dejarбs de serlo.

Se encerraba algo oscuro en su gesto, decidiу Teresa. Algo que parecнa dolerle y divertirla al mismo tiempo. A lo mejor, pensу de pronto, estaba dбndole vueltas a algo que no era mбs que la vida.

—De cualquier modo —aсadiу Pati—, si te equivocas, la ъltima norma es llevarlo todo con la mayor dignidad posible. A fin de cuentas, todas nos equivocamos alguna vez —seguнa mirбndola—... Me refiero a la ropa.

Hubo mбs Teresas que afloraron por aquel tiempo: mujeres desconocidas que habнan estado allн siempre, sin que ella lo sospechara, y otras nuevas que se incorporaban a los espejos y a los amaneceres grises y a los silencios, y que descubrнa con interйs, y a veces con sorpresa. Aquel abogado gibraltareсo, Eddie Бlvarez, el que estuvo manejando el dinero de Santiago Fisterra y luego apenas se ocupу de la defensa legal de Teresa, tuvo ocasiуn de enfrentarse a alguna de esas mujeres. Eddie no era un hombre osado. Su trato con los aspectos broncos del negocio era mбs bien perifйrico: preferнa no ver y no saber ciertas cosas. La ignorancia —habнa dicho durante nuestra conversaciуn del hotel Rock— es madre de mucha ciencia y de no poca salud. Por eso se le cayeron al suelo todos los papeles que llevaba bajo el brazo cuando, al encender la luz de la escalera de su casa, encontrу sentada en los peldaсos a Teresa Mendoza.

—Hostia puta —dijo.

Luego estuvo un rato mudo, sin decir nada, apoyado en la pared con los papeles a los pies, sin intenciуn de recogerlos y sin intenciуn de nada que no fuera recuperar un ritmo cardнaco normal; mientras Teresa, que seguнa sentada, lo informaba despacio y con detalle del motivo de su visita. Lo hizo con su suave acento mejicano y aquel aire de chica tнmida que parecнa estar en todo por casualidad. Nada de reproches, ni preguntas por las inversiones en cuadros o el dinero desaparecido. Ni una sola menciуn al aсo y medio pasado en la cбrcel, ni a cуmo el gibraltareсo se lavу las manos en la defensa. De noche parece todo mбs serio, se limitу a decir al principio. Impresiona, supongo. Por eso estoy aquн, Eddie. Para impresionarte. De vez en cuando la luz automбtica se apagaba; Teresa, desde el escalуn, alzaba una mano hasta el interruptor, y el rostro del abogado se veнa amarillento, los ojos asustados tras las gafas que la piel hъmeda, grasienta, deslizaba por el puente de la nariz. Quiero impresionarte, repitiу, segura de que el abogado ya lo estaba desde hacнa una semana, cuando los diarios publicaron que al sargento Ivбn Velasco le habнan pegado seis navajazos en el aparcamiento de una discoteca, a las cuatro de la madrugada, al dirigirse, ebrio por cierto, a recoger su Mercedes nuevo. Un drogadicto, o alguien que merodeaba entre los coches. Robo comъn, como tantos. Reloj, cartera y demбs. Pero lo que de veras afectaba a Eddie Бlvarez era que la defunciуn del sargento Velasco se registrу exactamente tres dнas despuйs de que otro conocido suyo, el hombre de confianza Antonio Martнnez Romero, alias Antonio Caсabota, o Caсabota a secas, apareciese boca abajo y desnudo excepto los calcetines, las manos atadas a la espalda, estrangulado en una pensiуn de Torremolinos, al parecer por un chapero que se le acercу en la calle una hora antes del уbito. Lo que atando cabos era, en efecto, para impresionar a cualquiera, si ese cualquiera tenнa memoria suficiente —y Eddie Бlvarez tenнa de sobra— para recordar el papel que aquellos dos habнan jugado en el asunto de Punta Castor.

—Te juro, Teresa, que no tuve nada que ver.

—їCon quй?

—Ya sabes. Con nada.

Teresa inclinу un poco la cabeza —seguнa sentada en la escalera—, considerando la cuestiуn. Ella, en efecto, lo sabнa muy bien. Por eso estaba allн, en vez de haber hecho que un amigo de un amigo enviase a otro amigo, como en los casos del guardia civil y del hombre de confianza. Hacнa tiempo que Oleg Yasikov y ella se prestaban pequeсos favores, hoy por ti, maсana por mн, y el ruso tenнa gente especializada en pintorescas habilidades. Drogadictos y chaperos anуnimos incluidos.

—Necesito tus servicios, Eddie. Las gafas resbalaron de nuevo. —їMis servicios?

—Papeles, bancos, sociedades. Todo eso.

Luego Teresa se lo explicу. Y cuando lo hacнa —facilнsimo, Eddie, sуlo unas cuantas sociedades y cuentas bancarias, y tъ dando la cara— pensу que la vida da muchas vueltas, y que el propio Santiago se habrнa reнdo mucho con todo aquello. Tambiйn pensaba en sн misma mientras hablaba, como si fuera capaz de desdoblarse en dos mujeres: una prбctica, que estaba contбndole a Eddie Бlvarez el motivo de su visita —y tambiйn el motivo de que siguiera vivo—, y otra que lo consideraba todo con singular ausencia de pasiуn, desde fuera o desde lejos, a travйs de la mirada extraсa que sorprendнa fija en sн misma, y que no sentнa rencor, ni deseos de venganza. La misma que encargу pasar factura a Velasco y a Caсabota, no por ajustar cuentas, sino —como habrнa dicho y en realidad dijo luego Eddie Бlvarez— por sentido de la simetrнa. Las cosas debнan ser lo que eran, las cuentas estar cuadradas y los armarios en orden. Y Pati O'Farrell estaba equivocada: a los hombres no siempre se les impresiona con vestidos de Yves Saint-Laurent.

Tendrбs que matar, habнa dicho Oleg Yasikov. Tarde o temprano. Se lo comentу un dнa que paseaban por la playa de Marbella, bajo el paseo marнtimo, delante de un restaurante de su propiedad llamado Zarevich —en el fondo Yasikov era un nostбlgico—, cerca del chiringuito donde Teresa habнa estado trabajando al salir de prisiуn. No al principio, claro. Eso dijo el ruso. Ni con tus propias manos. Niet de niet. Salvo que seas muy apasionada o muy estъpida. No si te quedas fuera, limitбndote a mirar. Pero tendrбs que hacerlo si vas a la esencia de las cosas. Si eres consecuente y tienes suerte y duras. Decisiones. Poco a poco. Te adentrarбs en un terreno oscuro. Sн. Yasikov decнa todo eso con la cabeza baja y las manos en los bolsillos, mirando la arena ante sus zapatos caros —Pacн los habrнa aprobado, supuso Teresa—; y junto a su metro noventa de estatura y los anchos hombros que se marcaban bajo una camisa de seda menos sobria que los zapatos, Teresa parecнa mбs pequeсa y frбgil de lo que era, el vestido corto sobre las piernas morenas y los pies descalzos, el viento agitбndole el pelo en la cara, atenta a las palabras del otro. Tomar tus decisiones, decнa Yasikov con sus pausas y sus palabras puestas una detrбs de la otra. Aciertos. Errores. El trabajo incluirб tarde o temprano quitar la vida. Si eres lista, hacer que la quiten. En este negocio, Tesa —siempre la llamaba Tesa, incapaz de pronunciar su nombre completo—, no es posible estar bien con todos. No.

Los amigos son buenos hasta que se vuelven malos. Entonces hay que actuar rбpido. Pero existe un problema. Descubrir el momento exacto. Cuбndo dejan de ser amigos.

—Hay algo necesario. Sн. En este negocio —Yasikov se indicaba los ojos con los dedos нndice y corazуn—. Mirar a un hombre y saber en seguida dos cosas. Primera, por cuбnto se va a vender. Segunda, cuбndo lo tienes que matar.

A principios de aquel aсo Eddie Бlvarez se les quedу pequeсo. Transer Naga y sus sociedades pantalla —domiciliadas en el despacho que el abogado tenнa en Line Wall Road— iban demasiado bien, y las necesidades desbordaban la infraestructura creada por el gibraltareсo. Cuatro Phantom con base en Marina Sheppard y dos con la cobertura de embarcaciуn deportiva en Estepona, mantenimiento de material y pago a pilotos y colaboradores —esto ъltimo incluнa a medнa docena de policнas y guardias civiles— no eran demasiadas complicaciones; pero la clientela se ampliaba, afluнa el dinero, los pagos internacionales eran frecuentes, y Teresa comprendiу que era preciso aplicar mecanismos de inversiуn y lavado mбs complejos. Necesitaban un especialista para discurrir por los recovecos legales con el mбximo beneficio y el mнnimo riesgo. Y tengo al hombre, dijo Pati. Tъ lo conoces.

Lo conocнa de vista. La primera reuniуn formal tuvo lugar en un discreto apartamento de Sotogrande. Acudieron Teresa, Pati, Eddie Бlvarez, y tambiйn Teo Aljarafe: treinta y cinco aсos, espaсol, experto en derecho fiscal e ingenierнa financiera. Teresa lo recordу en seguida cuando tres dнas antes Pati se lo presentу en el bar del hotel Coral Beach. Se habнa fijado en йl durante la fiesta de los O'Farrell en el cortijo de Jerez: delgado, alto, moreno. El cabello negro, abundante, peinado hacia atrбs y un poco largo en la nuca, enmarcaba una cara huesuda y una nariz grande y aguileсa. Muy clбsico de aspecto, decidiу Teresa. Como una imaginaba siempre a los espaсoles antes de conocerlos: flacos y elegantes, con ese aire de hidalgos que luego casi nunca tenнan. Ni eran. Ahora conversaban los cuatro en torno a una mesa de madera de secuoya, con cafetera de porcelana antigua y tazas del mismo juego, y bebidas en un carrito junto al ventanal que daba a la terraza y permitнa ver una esplйndida panorбmica que incluнa el puerto deportivo, el mar y una buena porciуn de costa hasta las playas lejanas de La Lнnea y la mole gris de Gibraltar. Se trataba de un pequeсo apartamento sin telйfono ni vecinos al que se llegaba en ascensor desde el garaje, adquirido por Pati a nombre de Transer Naga —se lo habнa comprado a su propia familia—, y habilitado como lugar de reuniones: buena iluminaciуn, un cuadro moderno y caro en la pared, pizarra de dibujo con rotuladores delebles rojos, negros y azules. Dos veces por semana, y en todo caso la vнspera de cada reuniуn prevista, un tйcnico en seguridad electrуnica recomendado por Oleg Yasikov revisaba el lugar en busca de escuchas clandestinas.

—La parte prбctica estб resuelta —decнa Teo—. Justificar ingresos y nivel de vida: bares, discotecas, restaurantes, lavanderнas. Lo que hace Yasikov, lo que hace tanta gente y lo que haremos nosotros. Nadie controla el nъmero de copas o de paellas que sirves. Asн que es hora de abrir una lнnea seria que vaya por ahн. Inversiones y sociedades interconectadas o independientes que justifiquen hasta la gasolina del coche. Muchas facturas. Muchos papeles. La Agencia Tributaria no incordiarб si pagamos los impuestos adecuados y todo estб en regla en territorio espaсol, salvo que haya actuaciones judiciales en curso.

—El viejo principio —apuntу Pati—: donde vives, ya sabes.

Fumaba y fumaba, elegante, distraнda, inclinando la cabeza rubia y rapada, mirбndolos a todos con el despego aparente de quien se encuentra sуlo de paso. Aquello parecнa antojбrsele una aventura divertida. Una mбs.

—Exacto —confirmу Teo—. Y si tengo carta blanca, yo me encargo de diseсar la estructura y presentбrosla hecha, integrando lo que ya tenйis. Entre Mбlaga y Gibraltar hay sitio y oportunidades de sobra. Y el resto es fбcil: una vez cargado el vehнculo con todos los bienes en varias sociedades, crearemos otra sociedad holding para el reparto de dividendos y que vosotras sigбis siendo insolventes. Fбcil.

Tenнa la chaqueta colgada en el respaldo de la silla, el nudo de la corbata ajustado e impecable, y las mangas de la camisa blanca desabrochadas y vueltas sobre las muсecas. Hablaba despacio, claro, con una voz grave que a Teresa le agradaba escuchar. Competente y listo, habнa resumido Pati: una buena familia jerezana, un matrimonio con una niсa de dinero, dos hijas pequeсas. Viaja mucho a Londres y a Nueva York y a Panamб y sitios asн. Asesor fiscal de empresas de alto nivel. Mi difunto ex imbйcil tenнa algъn asunto con йl, pero Teo siempre fue mucho mбs inteligente. Asesora, cobra y se queda atrбs, en discreto tercer plano. Un mercenario de lujo, para que me entiendas. Y no se pringa nunca, que yo sepa. Lo conozco desde niсa. Tambiйn me lo follй una vez, cuando jovencitos. No fue gran cosa en la cama. Rбpido. Egoнsta. Pero en aquella йpoca tampoco yo era gran cosa.

—En cuanto a los asuntos serios, el tema resulta mбs complejo —seguнa diciendo Teo—. Hablo de dinero de verdad, el que nunca pasarб por suelo espaсol. Y yo aconsejarнa olvidar Gibraltar. Es un bebedero de patos. Todo el mundo tiene cuentas ahн.

—Pero funciona —dijo Eddie Бlvarez.

Se veнa incуmodo. Celoso tal vez, pensу Teresa, que observaba con atenciуn a los dos hombres. Eddie habнa hecho buen trabajo con Transer Naga, pero su capacidad resultaba limitada. Todos sabнan eso. El gibraltareсo consideraba al jerezano un competidor peligroso. Y tenнa razуn.

—Funciona de momento —Teo miraba a Eddie con solicitud excesiva: la que se dedica a un minusvбlido cuya silla de ruedas empujas hacia la escalera mбs prуxima—. No discuto el trabajo hecho. Pero allн sois aficionados a cotillear en el pub de la esquina, y un secreto deja de serlo en seguida... Ademбs, de cada tres llanitos, uno es sobornable. Y eso va en ambas direcciones: igual podemos hacerlo nosotros que la policнa... Estб bien para trapichear con unos kilos o con tabaco; pero hablamos de negocios de envergadura. Y en ese terreno, Gibraltar no da mбs de sн.

Eddie se empujу hacia arriba las gafas que le resbalaban sobre la nariz.

—No estoy de acuerdo —protestу.

—Me da igual —el tono del jerezano se habнa endurecido—. No estoy aquн para discutir tonterнas.

—Yo soy... —empezу a decir Eddie.

Apoyaba las manos en la mesa, vuelto primero hacia Teresa y luego a Pati, reclamando su mediaciуn. —Tъ eres un rascapuertas —lo interrumpiу Teo. Lo dijo con suavidad, sin expresiуn en la cara. Desapasionado. Un doctor contбndole a un paciente que su radiografнa tiene manchas.

—No te consiento...

—Cбllate, Eddie —dijo Teresa.

El gibraltareсo se quedу con la boca abierta en mitad de la frase. Un perro apaleado mirando en torno con desconcierto. La corbata floja y la chaqueta arrugada acentuaban su desaliсo. Tengo que cuidar ese flanco, se dijo Teresa observбndolo mientras oнa reнr a Pati. Un perro apaleado puede volverse peligroso. Lo anotу en la agenda que llevaba en un rincуn de su cabeza. Eddie Бlvarez. A considerar mбs tarde. Habнa maneras de asegurar lealtades pese al despecho. Siempre habнa algo para cada cual. —Continъa, Teo.

Y el otro continuу. Lo conveniente, dijo, era establecer sociedades y transacciones de bancos extranjeros fuera del control fiscal de la Comunidad Europea: islas del Canal, Asia o el Caribe. El problema era que mucho dinero procedнa de actividades sospechosas o delictivas, y se recomendaba resolver el recelo oficial con una serie de coberturas legales, a partir de las cuales nadie harнa preguntas.

—Por lo demбs —concluyу— el procedimiento es simple: la entrega del material es simultбnea con la transferencia del importe. Eso se prueba mediante la orden que llamamos Swift: el documento bancario irrevocable que expide el banco emisor.

Eddie Бlvarez, que seguнa dбndole vueltas a lo suyo, volviу a la carga:

—Yo hice lo que se me pidiу que hiciera. —Claro, Eddie —dijo Teo. Y le gustaba aquella sonrisa suya, descubriу Teresa. Una sonrisa equilibrada y prбctica: descartada la oposiciуn, no se ensaсaba con el vencido—. Nadie te reprocha nada. Pero va siendo hora de que te relajes un poco. Sin descuidar tus compromisos.

Miraba a Eddie y no a Teresa ni a Pati, que seguнa como al margen, con cara de divertirse mucho. Tus compromisos, Eddie. Йsa era la segunda lectura. Una advertencia. Y este gьey sabe, pensу Teresa. Sabe de perros apaleados, porque sin duda ya madreу a unos cuantos. Todo con palabras suaves y sin despeinarse. El gibraltareсo parecнa captar el mensaje, porque se replegу casi fнsicamente. Sin mirarlo, por el rabillo del ojo, Teresa intuyу el vistazo inquieto que le dirigнa a ella. Rajadнsimo. Igual que en el portal de su casa, con todos los papeles desparramados por el suelo.

—їQuй recomiendas? —le preguntу Teresa a Teo. El otro hizo un ademбn que abarcaba la mesa, como si todo estuviera allн, a la vista, entre las tazas de cafй o en el cuaderno de tapas de piel negra que tenнa abierto delante, una pluma de oro encima, las hojas en blanco. Las suyas, observу Teresa, eran manos morenas y cuidadas, de uсas romas, con vello oscuro que asomaba bajo las mangas vueltas dos veces sobre las muсecas. Se preguntу a quй edad se habrнa ido a la cama con Pati. Dieciocho, veinte aсos. Dos hijas, habнa dicho su amiga. Una mujer con dinero y dos hijas. Seguro que ahora seguнa yйndose a la cama con alguien mбs.

—Suiza es demasiado seria —dijo Teo—. Exige muchas garantнas y comprobaciones. Las islas del Canal estбn bien, y en ellas hay filiales de bancos espaсoles que dependen de Londres y consiguen opacidad fiscal; pero estбn demasiado cerca, son muy evidentes, y si un dнa la Comunidad Europea presiona e Inglaterra decide apretar las tuercas, Gibraltar y el Canal serбn vulnerables.

Pese a todo, Eddie no se daba por vencido. Quizб le tocaban la fibra patriуtica.

—Eso es lo que tъ dices —opuso; y a continuaciуn murmurу algo ininteligible.

Esta vez Teresa no dijo nada. Se quedу mirando a Teo, al acecho de su reacciуn. Se tocaba la barbilla, pensativo. Estuvo asн un momento, los ojos bajos, y al fin los clavу en el gibraltareсo.

—No me fastidies, Eddie. їVale? —habнa tomado la pluma entre los dedos y tras quitarle el capuchуn trazaba una lнnea de tinta azul en la hoja blanca del cuaderno; una sola lнnea recta y horizontal tan perfecta como si la guiase con una regla—. Йstos son negocios, no trapicheo con cartones de Winston —observу a Pati y despuйs a Teresa, la pluma suspendida sobre el papel, y al extremo de la lнnea trazу un бngulo en forma de flecha que apuntaba al corazуn de Eddie—... їDe veras tiene que estar presente en esta conversaciуn?

Pati mirу a Teresa, enarcando exageradamente las cejas. Teresa miraba a Teo. Nadie miraba al gibraltareсo. —No —dijo Teresa—. No tiene.

—Ah. Muy bien. Porque convendrнa comentar algunos detalles tйcnicos.

Teresa se volviу a Eddie. Йste se quitaba las gafas para limpiar la montura con un kleenex, como si en los ъltimos minutos le resbalaran demasiado. Tambiйn se secу el puente de la nariz. La miopнa acentuaba el desconcierto de sus ojos. Parecнa un pato manchado de petrуleo en la orilla de un estanque.

—Baja al Ke a tomarte una cerveza, Eddie. Luego nos vemos.

El gibraltareсo dudу un poco, y despuйs se puso las gafas mientras se levantaba, torpe. La triste imitaciуn de un hombre humillado. Era evidente que buscaba algo que decir antes de retirarse, y que no se le ocurrнa nada. Abriу la boca y volviу a cerrarla. Al fin saliу en silencio: el pato dejando huellas negras, chof, chof, y con cara de vomitar antes de llegar a la calle. Teo trazaba una segunda lнnea azul en su cuaderno, debajo de la primera y tan recta como ella. Esta vez la rematу con un cнrculo en cada extremo.

—Yo me irнa —dijo— a Hong-Kong, Filipinas, Singapur, el Caribe o Panamб. Varios de mis representados operan con Gran Caimбn, y estбn satisfechos: seiscientos ochenta bancos en una isla diminuta, a dos horas de aviуn de Miami. Sin ventanilla, dinero virtual, nada de impuestos, confidencialidad sagrada. Sуlo estбn obligados a informar cuando hay pruebas de vнnculo directo con actividad criminal notoria... Pero como no se exigen requisitos legales para la identificaciуn del cliente, establecer esos vнnculos resulta imposible.

Ahora miraba a las dos mujeres, y tres de cada cuatro veces se dirigнa a Teresa. Me pregunto, reflexionу йsta, quй le habrб platicado la Teniente de mн. Dуnde se sitъa cada cual. Tambiйn se preguntу si ella misma vestнa de forma adecuada: suйter holgado de canalй, tejanos, sandalias. Por un instante envidiу el conjunto malva y gris de Valentino que Pati llevaba con la naturalidad de una segunda piel. La perra elegante.

El jerezano siguiу exponiendo su plan: un par de sociedades no residentes situadas en el extranjero, cubiertas por bufetes de abogados con las cuentas bancarias adecuadas, para empezar. Y, a fin de no poner todos los huevos en el mismo cesto, la transferencia de algunas cantidades selectas, blanqueadas despuйs de recorrer circuitos seguros, a depуsitos fiduciarios y cuentas serias en Luxemburgo, Liechtenstein y Suiza. Cuentas dormidas, precisу, para no tocarlas, como fondo de seguridad a larguнsimo plazo, o con dinero puesto en sociedades de gestiуn de patrimonios, negociaciуn mobiliaria e inmobiliaria, tнtulos y cosas asн. Dinero impecable, por si un dнa hubiera que dinamitar la infraestructura caribeсa o saltara por los aires todo lo demбs. —їLo veis claro?

—Parece apropiado —respondiу Teresa.

—Sн. La ventaja es que ahora hay mucho movimiento de bancos espaсoles con las Caimбn, y podemos camuflarnos entre ellos para las primeras entradas de dinero. Tengo un buen contacto en Georgetown: Mansue Johnson e Hijos. Consejeros de bancos, asesores fiscales y abogados. Hacen paquetes completos a medida.

—їNo es complicarse mucho la vida? —preguntу Pati. Fumaba un cigarrillo tras otro, acumulando colillas en el plato de su taza de cafй.

Teo habнa dejado la pluma sobre el cuaderno. Encogiу los hombros.

—Depende de vuestros planes para el futuro. Lo que os hizo Eddie vale para el estado actual de los negocios: sota, caballo y rey. Pero si las cosas van a mбs, harйis bien en preparar una estructura que luego absorba cualquier ampliaciуn, sin prisas y sin improvisaciones. —їCuбnto tardarнas en tenerlo todo a punto? —quiso saber Teresa.

La sonrisa de Teo era la misma de antes: contenida, un poco vaga, muy diferente a otras sonrisas de hombres que conservaba en la memoria. Y seguнa gustбndole; o tal vez es que ahora le gustaba esa clase de sonrisas porque no significaban nada. Simple, limpia, automбtica. Mбs un gesto educado que otra cosa, como el brillo de una mesa barnizada o la carrocerнa de un auto nuevo. No tenнa nada comprometedor detrбs: ni simpatнa, ni sueсos, ni debilidad, ni flaqueza, ni obsesiones. No pretendнa engaсar, convencer ni seducir. Sуlo estaba allн porque iba ligada al personaje, nacida y educada con йl como sus modales corteses o el nudo bien hecho de la corbata. El jerezano sonreнa igual que trazaba aquellas lнneas rectas en las hojas blancas del cuaderno. Y eso a Teresa la tranquilizaba. Para entonces habнa leнdo, y recordaba, y sabнa mirar. La sonrisa de aquel hombre era de las que colocaban las cosas en su justo tйrmino. No sй si ocurrirб con йl, se dijo. En realidad no sй si volverй a coger con alguien; pero si lo hago serб con tipos que sonrнan asн.

—Segъn lo que tardйis en darme dinero para empezar. Un mes, como mucho. Estб en funciуn de que viajйis para los trбmites, o hagamos venir a la gente apropiada, aquн o a un sitio neutral. Con una hora de firmas y papeleo estarб todo resuelto... Tambiйn es preciso saber quiйn se hace cargo de todo.

Se quedу a la espera de una respuesta. Lo habнa dicho en tono casual, ligero. Un detalle sin demasiada importancia. Pero seguнa esperando y las miraba.

—Las dos —dijo Teresa—. Estamos juntas en esto. Teo tardу unos segundos en contestar. —Comprendo. Pero necesitamos una sola firma. Alguien que emita los faxes o haga la llamada telefуnica oportuna. Hay cosas que yo puedo hacer, claro. Que tendrй que hacer, si me dais poderes parciales. Pero una de vosotras debe tomar las decisiones rбpidas.

Sonу la risa cнnica de la Teniente O'Farrell. Una pinche risa de ex combatiente que se limpia con la bandera. —Eso es asunto suyo —seсalaba a Teresa con el cigarrillo—. Los negocios exigen madrugar, y yo me levanto tarde.

Miss American Express. Teresa se preguntaba por quй Pati decidнa jugar a eso, y desde cuбndo. Adуnde la empujaba a ella y para quй. Teo se echу atrбs en la silla. Ahora repartнa sus miradas al cincuenta por ciento. Ecuбnime.

—Es mi obligaciуn decirte que asн lo dejas todo en sus manos.

—Claro.

—Bien —el jerezano estudiу a Teresa—. Asunto resuelto, entonces.

Ya no sonreнa, y su expresiуn era valorativa. Se hace las mismas preguntas respecto a Pati, se dijo Teresa. A nuestra relaciуn. Calcula pros y contras. Hasta quй punto puedo dar beneficios. O problemas. Hasta quй punto puede darlos ella.

Entonces intuyу muchas de las cosas que iban a pasar.

Pati los mirу largamente al salir de la reuniуn: cuando bajaban los tres en el ascensor y al cambiar las ъltimas impresiones paseando por los muelles del puerto deportivo, con Eddie Бlvarez receloso y marginado en la puerta del bar Ke como quien acabara de recibir una pedrada y temiese otra, el fantasma de Punta Castor y quizб el recuerdo del sargento Velasco y de Caсabota agarrбndolo por el gaznate. Pati tenнa el aire pensativo, los ojos entornados y marcбndole arruguitas, con un apunte de interйs o de diversiуn, o de las dos cosas —interйs divertido, diversiуn interesada— bailбndole dentro, en alguna parte de aquella cabeza extraсa. Era como si la Teniente O'Farrell sonriera sin hacerlo, burlбndose un poco de Teresa, y tambiйn de ella misma, de todo y de todos. El caso es que estuvo observбndolos asн al salir de la reuniуn en el apartamento de Sotogrande, como si acabara de sembrar mota en la sierra y esperase el momento de levantar la cosecha, y continuу haciйndolo durante la conversaciуn con Teo frente al puerto, y tambiйn durante semanas y meses, cuando Teresa y Teo Aljarafe empezaron a acercarse uno al otro. Y de vez en cuando a Teresa se le ahumaba el pescado y entonces iba a encararse con Pati para decir quihubo, vieja cabrona, desembucha lo que sea. Y entonces la otra sonreнa de una manera distinta, abierta, como si ya no tuviera nada que ver. Decнa ja, ja, encendнa un cigarrillo, tomaba una copa, picaba bien menudita y pareja una culebrilla de coca o se ponнa a hablar de cualquier cosa con aquella frivolidad suya tan perfecta —Teresa lo habнa adivinado con el tiempo y la costumbre— que nunca era frнvola del todo, ni tampoco del todo sincera; o volvнa a ser a veces, por un rato, la del principio: la Teniente O'Farrell distinguida, cruel, mordaz, la camarada de siempre, con ese atisbo de oscuridades que se dibujaban detrбs, apuntalando la fachada. Despuйs, y respecto a Teo Aljarafe, Teresa llegу a plantearse hasta quй punto su amiga habнa previsto, o adivinado, o propiciado —sacrificбndose al propio designio como quien acepta las cartas de tarot que ella misma pone boca arriba—, muchas de las cosas que llegaron a ocurrir entre los dos, y que en cierto modo ocurrieron tambiйn entre los tres.

Teresa veнa con frecuencia a Oleg Yasikov. Simpatizaba con aquel ruso grande y tranquilo, que veнa el trabajo, el dinero, la vida y la muerte con una desapasionada fatalidad eslava que a ella le recordaba el carбcter de ciertos mejicanos norteсos. Se quedaban a tomar cafй o a dar un paseo despuйs de alguna reuniуn de trabajo, o iban a cenar a casa Santiago, en el paseo marнtimo de Marbella —al ruso le gustaban las colas de cigala al vino blanco—, con los guardaespaldas paseando por la acera de enfrente, junto a la playa. No era hombre de muchas palabras; pero cuando estaban a solas y charlaban, Teresa le oнa decir, sin darles importancia, cosas que luego la tenнan largo rato cavilando. Nunca intentaba convencer a nadie de nada, ni oponer un argumento a otro. No suelo discutir, comentaba. Me dicen ya serб menos y digo ah, pues serб. Despuйs hago lo que creo conveniente. Aquel tipo, comprendiу pronto Teresa, tenнa un punto de vista, una manera precisa de entender el mundo y a los seres que lo poblaban:

no la pretendнa ni razonable, ni piadosa. Sуlo ъtil. A ella ajustaba su comportamiento y su objetiva crueldad. Hay animales, decнa, que se quedan en el fondo del mar dentro de una concha. Otros salen exponiendo su piel desnuda y se la juegan. Algunos alcanzan la orilla. Se ponen en pie. Caminan. La cuestiуn es ver cuбnto de lejos llegas antes de que se acabe el tiempo de que dispones. Sн. Lo que duras y quй consigues mientras duras. Por eso todo lo que ayuda a sobrevivir es imprescindible. Lo demбs es superfluo. Prescindible, Tesa. En mi trabajo, como en el tuyo, hay que ajustarse al marco simple de esas dos palabras. Imprescindible. Prescindible. їComprendes?... Y la segunda de esas palabras incluye la vida de los demбs. O a veces la excluye.

Y no era tan hermйtico Yasikov, despuйs de todo. Ningъn hombre lo era. Teresa habнa aprendido que son los silencios propios, hбbilmente administrados, los que hacen que los otros hablen. Y de ese modo, poco a poco, fue aproximбndose al gangster ruso. Un abuelo de Yasikov habнa sido cadete zarista en tiempos de la Revoluciуn bolchevique; y durante los difнciles aсos que siguieron, la familia conservу la memoria del joven oficial. Como muchos de los hombres de su clase, Oleg Yasikov admiraba el valor —eso, confesarнa al fin, era lo que le hizo simpatizar con Teresa—; y una noche de vodka y conversaciуn en la terraza del bar Salduba de Puerto Banъs, ella detectу cierta vibraciуn sentimental, casi nostбlgica, en la voz del ruso cuando йste se refiriу en pocas palabras al cadete y luego teniente del regimiento de caballerнa Nikolaiev, que tuvo tiempo de engendrar un hijo antes de desaparecer en Mongolia, o Siberia, fusilado en 1922 junto al barуn Von Ungern. Hoy es el cumpleaсos del zar Nicolбs, dijo de pronto Yasikov, la botella de Smirnoff dos tercios vacнa, volviendo el rostro a un lado como si el espectro del joven oficial del ejйrcito blanco estuviese a punto de aparecer al extremo del paseo marнtimo, entre los Rolls Royce y los Jaguar y los grandes yates. Luego levantу pensativo el vaso de vodka, mirбndolo al trasluz, y lo mantuvo en alto hasta que Teresa hizo tintinear el suyo contra йl, y ambos bebieron mirбndose a los ojos. Y aunque Yasikov sonreнa burlбndose de sн mismo, ella, que apenas sabнa nada del zar de Rusia y mucho menos de los abuelos oficiales de caballerнa fusilados en Manchuria, comprendiу que, pese a la mueca del ruso, йste ejecutaba un serio ritual intimo donde ella intervenнa de alguna forma privilegiada; y que su gesto de entrechocar el vaso era acertado, porque la aproximaba al corazуn de un hombre peligroso y necesario. Yasikov volviу a llenar los vasos. Cumpleaсos del zar, repitiу. Sн. Y desde hace casi un siglo, incluso cuando esa fecha y esa palabra estaban proscritas en la Uniуn de Repъblicas Socialistas Soviйticas, paraнso del proletariado, mi abuela y mis padres y despuйs yo mismo brindбbamos en casa con un vaso de vodka. Sн. A su memoria y a la del cadete Yasikov, del regimiento de caballerнa Nikolaiev. Todavнa lo hago. Sн. Como ves. Estй donde estй. Sin abrir la boca. Incluida una vez durante los once meses que pasй pudriйndome de soldado. Afganistбn. Despuйs sirviу mбs vodka, hasta acabar la botella, y Teresa pensу que cada ser humano tiene su historia escondida; y que cuando una era lo bastante callada y paciente podнa acabar conociйndola. Y que eso era bueno y aleccionador. Sobre todo era ъtil.

Los italianos, habнa dicho Yasikov. Teresa lo discutiу al dнa siguiente con Pati O'Farrell. Dice que los italianos quieren una reuniуn. Necesitan un transporte fiable para su cocaнna, y йl cree que nosotras podemos ayudarles con nuestra infraestructura. Estбn satisfechos con lo del hachнs y desean subir las apuestas. Los viejos amos do fume gallegos les pillan lejos, tienen otras conexiones y ademбs estбn muy seguidos por la policнa. Asн que han sondeado a Oleg para ver si estarнamos dispuestas a ocuparnos. A abrirles una ruta seria por el sur, que cubra el Mediterrбneo.

—їY cuбl es el problema?

—Que ya no habrб vuelta atrбs. Si asumimos un compromiso, hay que mantenerlo. Eso requiere mбs inversiones. Nos complica la vida. Y mбs riesgos.

Estaban en Jerez, tapeando tortillitas de camarones y Tнo Pepe en el bar Carmela, en las mesas bajo el viejo arco en forma de tъnel. Era un sбbado por la maсana, y el sol deslumbraba iluminando a la gente que paseaba por la plaza del Arenal: matrimonios de edad vestidos para el aperitivo, parejas con niсos, grupos a la puerta de las tabernas, en torno a oscuros toneles de vino puestos en la calle a modo de mesas. Habнan ido a visitar unas bodegas en venta, las Fernбndez de Soto: un edificio amplio con las paredes pintadas de blanco y almagre, patios espaciosos con arcos y ventanas enrejadas, y cavas enormes, frescas, llenas de barriles de roble negro con los nombres de los diferentes vinos escritos con tiza. Era un negocio en bancarrota, perteneciente a una familia que Pati definнa como de las de toda la vida, arruinada por el gasto, los caballos de pura raza cartujana, y por una generaciуn absolutamente negada para los negocios: dos hijos calaveras y juerguistas que aparecнan de vez en cuando en las revistas del corazуn —uno de ellos tambiйn en las pбginas de sucesos, por corrupciуn de menores— y a quienes Pati conocнa desde niсa. La inversiуn fue recomendada por Teo Aljarafe. Conservamos las tierras de albariza que hay hacia Sanlъcar y la parte noble del edificio de Jerez, y en la otra mitad del solar urbano construimos apartamentos. Cuantos mбs negocios respetables tengamos a mano, mejor. Y una bodega con nombre y solera da cachй. Pati se habнa reнdo mucho con aquello del cachй. El nombre y solera de mi familia no me hicieron respetable en absoluto, dijo. Pero la idea le parecнa buena. Asн que se fueron las dos a Jerez, vestida Teresa de seсora para la ocasiуn, chaqueta y falda gris con zapatos negros de tacуn, el pelo recogido en la nuca y la raya en medio, dos sencillos aros de plata como pendientes. De joyas, habнa aconsejado Pati, usa las menos posibles, y siempre buenas. Y bisuterнa, ni de lujo. Sуlo hay que gastarse el dinero en pendientes y en relojes. Alguna pulsera discreta en ocasiones, o ese semanario que llevas de vez en cuando. Una cadena de oro al cuello, fina. Mejor cadena o cordуn que collar; pero si lo llevas que sea valioso: coral, бmbar, perlas... Autйnticas, claro. Es como los cuadros en las casas. Mejor una buena litografнa o un hermoso grabado antiguo que un mal cuadro. Y mientras Pati y ella visitaban el edificio de las bodegas, acompaсadas por un obsequioso administrador acicalado a las once de la maсana como si acabara de llegar de la Semana Santa de Sevilla, aquellos techos altos, las estilizadas columnas, la penumbra y el silencio, le recordaron a Teresa las iglesias mejicanas construidas por los conquistadores. Era singular, pensaba, cуmo algunos viejos lugares de Espaсa le producнan la certeza de encontrarse con algo que ya estaba en ella. Como si la arquitectura, las costumbres, el ambiente, justificasen muchas cosas que habнa creнdo propias sуlo de su tierra. Yo estuve aquн, pensaba de pronto al doblar una esquina, en una calle o ante el pуrtico de un caserуn o una iglesia. Hнjole. Hay algo mнo que anduvo por este rumbo y que explica parte de lo que soy.

—Si con los italianos nos limitamos al transporte, todo seguirб como siempre —dijo Pati—. Al que trincan, paga. Y йse no sabe nada. La cadena se corta ahн: ni propietarios ni nombres. No veo el riesgo por ninguna parte. Acometнa la ъltima tortilla de camarones, bajo el contraluz del arco que le doraba el pelo, bajando la voz al hablar. Teresa encendiу un Bisonte.

—No me refiero a esa clase de riesgos —repuso. Yasikov habнa sido muy preciso. No quiero engaсarte, Tesa, fue su comentario en la terraza de Puerto Banъs. La Camorra, la Mafia y la N'Drangheta son gente dura. Con ellos hay mucho que ganar si todo va bien. Si algo falla hay tambiйn mucho que perder. Y al otro lado tendrбs a los colombianos. Sн. Tampoco son monjas. No. La parte positiva es que los italianos trabajan con la gente de Cali, menos violenta que los descerebrados de Medellнn, Pablo Escobar y toda esa pandilla de psicуpatas. Si entras en esto, serб para siempre. No es posible bajar de un tren en marcha. No. Los trenes son buenos si en ellos hay clientes. Malos si lo que hay son enemigos. їNo has visto nunca Desde Rusia con amor?... El malvado que se enfrenta a James Bond en el tren era un ruso. Y no te hago una advertencia. No. Un consejo. Sн. Los amigos son amigos hasta que... Empezaba a decir eso cuando Teresa lo interrumpiу. Hasta que dejan de serlo, zanjу. Y sonreнa. Yasikov la habнa observado fijamente, serio de pronto. Eres una mujer muy lista, Tesa, dijo despuйs de quedarse callado un momento. Aprendes rбpido, de todo y de todos. Sobrevivirбs.

—їY Yasikov? —preguntу Pati—. їNo entra? —Es astuto, y prudente —Teresa miraba pasar a la gente por la embocadura del arco que daba al Arenal—. Como decimos en Sinaloa, lo suyo es un plan con maсa: desea entrar, pero no ser quien dй el primer paso. Si estamos dentro, se aprovecharб. Con nosotras encargбndonos del transporte, puede asegurar un suministro fiable para su gente, y ademбs bien controlado. Pero antes desea chequear el sistema. Los italianos le dan la oportunidad de probar con pocos riesgos. Si todo funciona, irб adelante. Si no, seguirб como hasta ahora. No quiere comprometer su posiciуn aquн.

—їMerece la pena?

—Segъn. Si lo hacemos bien, es un chingo de lana. Pati tenнa cruzadas las piernas: falda chanel, zapatos de tacуn beige. Movнa un pie como siguiendo el ritmo de una mъsica que Teresa no podнa escuchar.

—Bueno. Tъ eres la gerente del negocio —inclinу a un lado la cabeza, todas aquellas arruguitas en torno a los ojos—. Por eso es cуmodo trabajar contigo.

—Ya te he dicho que hay riesgos. Nos pueden romper la madre. A las dos.

La risa de Pati hizo que la camarera que estaba en la puerta del bar se volviera a mirarlas.

—Ya me la rompieron antes. Asн que decide tъ. Eres mi chica.

Seguнa observбndola de aquella manera. Teresa no dijo nada. Tomу su copa de fino y se la llevу a los labios. Con el sabor del tabaco en la boca, el vino le supo amargo. —їSe lo has dicho a Teo? —preguntу Pati.

—Todavнa no. Pero viene a Jerez esta tarde. Tendrб que estar al corriente, claro.

Pati abriу el bolso para pagar la cuenta. Sacу un fajo de billetes grueso, muy poco discreto, y algunos cayeron al suelo. Se inclinу a recogerlos.

—Claro —dijo.

Habнa algo de lo hablado con Yasikov en Puerto Banъs que Teresa no le contу a su amiga. Algo que la obligaba a mirar en torno con disimulado recelo. Que la mantenнa lъcida y atenta, complicando sus reflexiones en los amaneceres grises que seguнan desvelбndola. Hay rumores, habнa apuntado el ruso. Sн. Cosas. Alguien me ha dicho que se interesan por ti en Mйxico. Por alguna razуn que ignoro —la escrutaba al decir aquello— has despertado la atenciуn de tus paisanos. O el recuerdo. Preguntan si eres la misma Teresa Mendoza que abandonу Culiacбn hace cuatro o cinco aсos... їEres?

Sigue hablando, habнa pedido Teresa. Y Yasikov encogiу los hombros. Sй muy poco mбs, dijo. Sуlo que preguntan por ti. Un amigo de un amigo. Sн. Le encargaron que averigьe en quй pasos andas, y si es cierto que vas para arriba en el negocio. Que ademбs del hachнs puedes meterte en la coca. Por lo visto en tu tierra hay gente preocupada porque los colombianos, ya que tus compatriotas les cierran ahora el paso a los Estados Unidos, se dejen caer por aquн. Sн. Y una mejicana de por medio, que tambiйn es casualidad, no debe de agradarles mucho. No. Sobre todo si ya la conocнan. De antes. Asн que ten cuidado, Tesa. En este negocio, tener un pasado no es malo ni bueno, siempre que no llames la atenciуn. Y a ti te van las cosas demasiado bien como para no llamarla. Tu pasado, ese del que nunca me hablas, no es asunto mнo. Niet. Pero si dejaste cuentas pendientes, te expones a que alguien quiera resolverlas.

Mucho tiempo atrбs, en Sinaloa, el Gьero Dбvila la habнa llevado a volar. Era la primera vez. Despuйs de aparcar la Bronco iluminando con los faros el edificio de techo amarillo del aeropuerto y saludar a los guachos que montaban guardia junto a la pista llena de avionetas, despegaron casi al alba, para ver salir el sol sobre las montaсas. Teresa recordaba al Gьero a su lado en la cabina de la Cessna, los rayos de luz reflejбndose en los cristales verdes de sus gafas de sol, las manos posadas en los mandos, el ronroneo del motor, la efigie del santo Malverde colgada del tablero —Dios bendiga mi camino y permita mi regreso—; y la Sierra Madre de color nбcar, con destellos dorados en el agua de los rнos y las lagunas, los campos con sus manchas verdes de mariguana, la llanura fйrtil y a lo lejos el mar. Aquel amanecer, visto desde allб arriba con los ojos abiertos por la sorpresa, el mundo le pareciу a Teresa limpio y hermoso.

Pensaba en eso ahora, en una habitaciуn del hotel Jerez, a oscuras, con sуlo la luz exterior del jardнn y la piscina recortando las cortinas de la ventana. Teo Aljarafe ya no estaba allн, y la voz de Josй Alfredo sonaba en el pequeсo estйreo situado junto al televisor y al vнdeo. Estoy en el rincуn de una cantina, decнa. Oyendo una canciуn que yo pedн. El Gьero le habнa contado que Josй Alfredo Jimйnez muriу borracho, componiendo sus ъltimas canciones en cantinas, anotadas las letras por amigos porque ya no era capaz ni de escribir. Tu recuerdo y yo, se llamaba aquйlla. Y tenнa todo el aire de ser de las ъltimas.

Habнa ocurrido lo que tenнa que ocurrir. Teo llegу a media tarde para la firma de los papeles de la bodega Fernбndez de Soto. Despuйs tomaron una copa para celebrarlo. Una y varias. Pasearon los tres, Teresa, Pati y el, por la parte vieja de la ciudad, antiguos palacios e iglesias, calles llenas de tascas y bares. Y en la barra de uno de ellos, cuando Teo se inclinу para encenderle el cigarrillo que acababa de llevarse a la boca, Teresa sintiу la mirada del hombre. Cuбnto tiempo hace, se dijo de pronto. Cuбnto tiempo que no. Le gustaban su perfil de бguila espaсola, las manos morenas y seguras, aquella sonrisa desprovista de intenciones y compromisos. Tambiйn Pati sonreнa aunque de una forma diferente, como de lejos. Resignada. Fatalista. Y justo cuando acercaba su rostro a las manos del hombre, que protegнa la llama en el hueco de los dedos, oyу decir a Pati: tengo que irme, vaya, acabo de recordar algo urgente. Os veo luego. Teresa se habнa vuelto para decir no, espera, voy contigo, no me dejes aquн; pero la otra ya se alejaba sin mirar atrбs, el bolso al hombro, de manera que Teresa se quedу viйndola irse mientras sentнa los ojos de Teo. En ese momento se preguntу si Pati y йl habrнan hablado antes. Quй habrнan dicho. Quй dirнan despuйs. Y no, pensу como un latigazo. Ni modo. No hay que mezclar las bebidas. No puedo permitirme cierta clase de lujos. Yo tambiйn me voy. Pero algo en su cintura y su vientre la obligaba a quedarse: un impulso denso y fuerte, compuesto de fatiga, de soledad, de expectaciуn, de pereza. Querнa descansar. Sentir la piel de un hombre, unos dedos en su cuerpo, una boca contra la suya. Perder la iniciativa durante un rato y abandonarse en manos de alguien que actuara por ella. Que pensara en su lugar. Entonces recordу la media foto que llevaba en el bolso, dentro de la cartera. La chava de ojos grandes con un brazo masculino sobre los hombros, ajena a todo, contemplando un mundo que parecнa visto desde la cabina de una Cessna en un amanecer de nбcar. Se volviу al fin, despacio, deliberadamente. Y mientras lo hacнa pensaba pinches hombres cabrones. Siempre estбn listos, y rara vez se plantean estas cosas. Tenнa la certeza absoluta de que, tarde o temprano, uno de los dos, o quizб los dos, pagarнan por lo que estaba a punto de ocurrir.

Allн estaba ahora, sola. Oyendo a Josй Alfredo. Todo habнa ocurrido de modo previsible y tranquilo, sin palabras excesivas ni gestos innecesarios. Tan asйptico como la sonrisa de un Teo experimentado, hбbil y atento. Satisfactorio en muchos sentidos. Y de pronto, ya casi hacia el final de los varios finales a los que йl la condujo, la mente ecuбnime de Teresa se encontrу de nuevo mirбndola —mirбndose— como otras veces, desnuda, saciada al fin, el cabello revuelto sobre la cara, serena tras la agitaciуn, el deseo y el placer, sabiendo que la posesiуn por parte de otros, la entrega a ellos, habнa terminado en la piedra de Leуn. Y se vio pensando en Pati, su estremecimiento cuando la besу en la boca en el chabolo de la cбrcel, la forma en que los observaba mientras Teo encendнa su cigarrillo en la barra del bar. Y se dijo que tal vez lo que Pati pretendнa era exactamente eso. Empujarla hacia sн misma. Hacia la imagen en los espejos que tenнa aquella mirada lъcida y no se engaсaba nunca.

Despuйs de marcharse Teo ella habнa ido bajo la ducha, con el agua muy caliente y el vapor empaсando el espejo del cuarto de baсo, y se frotу la piel con jabуn, lenta, minuciosamente, antes de vestirse y salir a la calle y pasear sola. Anduvo al azar hasta que en una calle estrecha con ventanas enrejadas oyу, sorprendida, una canciуn mejicana. Que se me acabe la vida frente a una copa de vino. Y no es posible, se dijo. No puede ser que eso ocurra ahora, aquн. Asн que alzу el rostro y vio el rуtulo en la puerta: El Mariachi. Cantina mejicana. Entonces riу casi en voz alta, porque comprendiу que la vida y el destino trenzan juegos sutiles que a veces resultan obvios. Chale. Empujу la puerta batiente y entrу en una autйntica cantina con botellas de tequila tras el mostrador y un camarero joven y gordito que servнa cervezas Corona y Pacнfico a la gente que estaba allн, y ponнa en el estйreo cedйs de Josй Alfredo. Pidiу una Pacнfico sуlo por tocar su etiqueta amarilla y se llevу la botella a los labios, un sorbito para paladear el sabor que tantos recuerdos le traнa, y despuйs pidiу un Herradura Reposado que le sirvieron en su autйntico caballito de cristal largo y estrecho. Ahora Josй Alfredo decнa por quй viniste a mн buscando compasiуn, si sabes que en la vida le estoy poniendo letra a mi ъltima canciуn. En ese momento Teresa sintiу una felicidad intensa, tan fuerte que se sobrecogiу. Y pidiу otro tequila, y luego otro mбs al camarero que habнa reconocido su acento y sonreнa amable. Cuando estaba en las cantinas, empezу otra canciуn, no sentнa ningъn dolor. Sacу un puсado de billetes del bolso y dijo al camarero que le diera una botella de tequila sin abrir, y que tambiйn le compraba aquellas rolas que estaba oyendo. No puedo vendйrselas, dijo el joven, sorprendido. Entonces sacу mбs dinero, y luego mбs, y le llenу el mostrador al asombrado camarero, que terminу dбndole, con la botella, los dos cedйs dobles de Josй Alfredo, Las 100 Musicas se llamaban, cuatro discos con cien canciones. Puedo comprar cualquier cosa, pensу ella absurdamente —o no tan absurdamente, despuйs de todo— cuando saliу de la cantina con su botнn, sin importarle que la gente la viese con una botella en la mano. Fue hasta la parada de taxis —sentнa moverse raro el suelo bajo sus pies— y regresу a la habitaciуn del hotel.

Y allн seguнa, con la botella casi mediada, acompaсando las palabras de la canciуn con las suyas propias. Oyendo una canciуn que yo pedн. Me estбn sirviendo ahorita mi tequila. Ya va mi pensamiento rumbo a ti. Las luces del jardнn y la piscina dejaban la habitaciуn en penumbra, iluminando las sбbanas revueltas, las manos de Teresa que fumaban cigarrillos taqueaditos con hachнs, sus idas y venidas al vaso y la botella que estaban sobre la mesita de noche. Quiйn no sabe en esta vida la traiciуn tan conocida que nos deja un mal amor. Quiйn no llega a la cantina exigiendo su tequila y exigiendo su canciуn. Y me pregunto quй soy ahora, se decнa a medida que iba moviendo los labios en silencio. Quihubo, morra. Me pregunto cуmo me ven los demбs, y ojalб me vean desde bien relejos. їCуmo era aquello? Necesidad de un hombre. Уrale. Enamorarse. Ya no. Libre, era quizб la palabra, pese a que sonase grandilocuente, excesiva. Ni siquiera iba a misa ya. Mirу hacia arriba, al techo oscuro, y no vio nada. Me estбn sirviendo ya la del estribo, decнa en ese momento Josй Alfredo, y lo decнa tambiйn ella. No, pues. Ahorita solamente ya les pido que toquen otra vez La Que Se Fue.

Se estremeciу de nuevo. Sobre las sбbanas, a su lado, estaba la foto rota. Daba mucho frнo ser libre.


 

11.



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